Abordar un tema semejante es, sin lugar a dudas, una tarea tan titánica como polémica. Afirmar que
ya no existen héroes es dar por tierra los esfuerzos de muchísimas personas que, con sus acciones, hacen un mundo mejor para todos. Bomberos, rescatistas, médicos, científicos, ecologistas, voluntarios varios, todos ellos, y a su manera, son héroes. ¡Claro que lo son! Algunos arriesgan sus vidas a diario para salvar la de desconocidos. Otros luchan contra la muerte y encuentran curas para enfermedades terminales. Y están aquellos que, de forma voluntaria, ofrecen una mano al que la necesita, sin pedir nada a cambio. Pero nosotros hablamos de otro tipo de héroes. Aquel ser mítico que puede cambiar la historia con una de sus hazañas, con su sacrificio. Hablamos de un
Gandhi, de un Martin Luther King, de un William Wallace, entre tantos otros que nos dejó el pasado. Gente, común y corriente, que dejó su marca en la historia y que cambió el mundo y nuestra concepción del mismo. Personas que inspiraron (e inspiran) con su valor y sus ideales al mundo entero.
En un
excelente escrito, que recomendamos inmensamente leer de cabo a rabo,
Joaquín Aguirre, aborda este tema desde la literatura decimonónica. "En el héroe se encarnan las virtudes a las que los hombres aspiramos en cada momento de la historia.", afirma. "De igual manera, las obras literarias también ofrecían ejemplos de lo que no se debía hacer, modelos para que, con su contemplación, los hombres comprendieran lo errado de sus actos." Aguirre, en su artículo, llega a la conclusión de que los valores heroicos y los valores sociales necesitan estar vinculados. Y que para que aparezca un héroe en la sociedad actual, la misma debe tener un grado de cohesión suficiente como para que se lo reconozca como tal. "Sin valores no hay héroe; sin valores compartidos, precisando más, no puede existir un personaje que permita la ejemplificación heroica. El héroe es siempre una propuesta, una encarnación de ideales. La condición de héroe, por tanto, proviene tanto de sus acciones como del valor que los demás le otorgan."
En resumen, lo que Aguirre plantea es que la sociedad engendra sus héroes en base a los valores imperantes y a la cohesión social sobre esos valores, y "conforme a la imagen idealizada que tiene de sí misma." Finalizando ese mismo párrafo, el autor señala que es determinante la existencia de ideales y metas hacia donde la mayoría social quiera dirigirse. Y hete aquí el problema.
La cohesión social hoy no existe. Los valores no son unánimes, sino que hay tantos ideales como personas. Los que unos creen importante, otros lo desechan por trivial. Somos una sociedad individualista, que vive en un mundo globalizado sin ningún sentido de comunidad. Lo que para un pequeño grupo de individuos puede ser un héroe, para toda la mayoría es o un payaso o un enemigo. Estamos divididos, quebrados por ideologías enfrentadas o incompatibles.
Lo que es peor, y mucho más importante, es que no hay ninguna coincidencia hacía donde queremos dirigirnos como mundo, como sociedad. Seguro, ¡todos queremos un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos! Pero el mundo mejor que tu imaginas, puede se muy diferente del mundo mejor que nosotros imaginamos. O puede suceder que tu "mundo mejor" personal difiera mucho de las verdaderas necesidades de la mayoría.
¡Yo soy Espartaco!
Como sociedad y por más que digamos lo contrario, ya hemos abandonado la esperanza de un mundo mejor. Estamos descreídos del progreso, y sabemos que los que dirigen nuestro futuro no tienen el bienestar de la mayoría en mente. Uno, que ya tiene unos cuantos años y vivió en una época de conflictos e idealismos, todavía puede tener -sosegada por la rutina y el aburguesamiento- un poco de esperanza. Pero eso no sucede con las nuevas generaciones, cada vez más desesperanzadas sobre lo que el futuro pueda ofrecerles. Los "chicos posmodernos" nacieron en una sociedad con todas las armas y las posibilidades de generar un cambio. Pero el cambio nunca sucedió, y eso les hizo replantear la idea de un futuro perfecto a través del progreso.
Volviendo a la literatura y a la figura del héroe, según un estudio de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, los jóvenes posmodernos occidentales están abandonando los héroes clásicos, como Batman, Superman o el Hombre Araña, por considerarlos pocos creíbles. En cambio, se están volcando hacia el anime. “Un héroe, en la actualidad, es una figura muy poco creíble.", dice Vanina Papalini, una egresada de la Maestría en Comunicación y Cultura de la UNC en su tesis de posgrado. "Los protagonistas de la animación japonesa, generalmente, son adolescentes normales, que están en una etapa de crisis con sus padres y recién experimentan sus primeras escaramuzas sexuales. Además, tienen rabietas, fallas y se parecen mucho más a sus espectadores que los héroes norteamericanos”
Y si bien este estudio no puede considerarse decisivo, sí plantea algo interesante. Para las nuevas generaciones, los héroes todopoderosos son cosa del pasado. Por un proceso de identificación, los héroes, los héroes modernos, son aquellos que, desde su lugar y con sus fallas, hacen lo posible ante el conflicto. Y puede que los chicos, sin querer, estén sobre algo que a los adultos todavía nos cuesta comprender. Por que, ¿realmente necesitamos héroes? Esperar que venga uno y nos solucione todos los problemas, es como esperar que los extraterrestres desciendan sobre la tierra para unirnos en una nueva era de paz y armonía. Y pensar semejante cosa roza lo dogmático y es conformista.
El héroe, como figura, no es más que una persona que nos recuerda a todos que los sacrificios individuales pueden generar un cambio global. Su único rol es generar consciencia, despertarnos del letargo de la rutina. Llenarnos de furia ante las injusticias. Tomarlo como rol y ejemplo a seguir. Inspirarnos. Regalarnos un poco de su coraje. El rol de un héroe es demostrarnos que el cambio global es posible a partir de esfuerzos individuales. Que todos jugamos un rol importante en esta vida. En definitiva, el rol de un héroe es demostrarnos que todos podemos ser como él y que, de hecho, lo somos. Solo tenemos que atrevernos y encontrar una causa que consideremos justa.
Entonces, y si ponemos las cosas en perspectiva, realmente no necesitamos que surja un nuevo Gandhi. Con nosotros, y muy a nuestro pesar, debería bastar...
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