Es indiscutible la evidente influencia de la Mitología Nórdica en la Obra de Tolkien, por lo cual hoy decidí compartir con vosotros la siguiente historia:
Hoy vamos a ver cómo fue que Odín perdió su ojo y, paradójicamente, ganó el conocimiento infinito al hacerlo.
Un día como cualquier otro, Odín, fue a buscar a sus hermanos por las praderas de Asgard, sin embargo, pasaron las horas y la búsqueda no dio sus frutos. Acongojado, montó su poderoso caballo, el brioso Sleipner, y se dirigió al territorio de su amigo y consejero Mimer. Mimer era tan sabio y prudente como particular. Este, único en su tipo, era una enorme cabeza sin cuerpo, que en el pasado había pertenecido a un gigante. Postrado e incapacitado de moverse, no obstante, era el guardián de la Fuente de Mimer, una fuente cuyas aguas poseían la sabiduría del universo y a la cual Mimer cuidaba celosamente de cualquier intruso. Si bien no podía moverse, sus gritos eran tan poderosos que podían matar a cualquiera.
Al llegar a la fuente Odín había acumulado gran preocupación pensando en el destino de sus hermanos, por lo que increpó a Mimer para que le permitiese beber un sorbo del agua de la fuente y así conocer la ubicación de sus hermanos. Pero Mimer, tan viejo como sabio se negó rotundamente. Odín, aun más preocupado, le preguntó por qué la negativa, a lo que Mimer replicó que en la vida, se debía de ser precavido, y, cuestionando a Odín quien se encontraba parado a un lado con un semblante entristecido, qué pensaba que pasaría si él, Mimer, le permitiese a cualquiera que llegase con un problema tomar agua de la fuente. Simplemente, cada uno sabría su destino, por lo tanto el destino ya no tendría importancia alguna y lentamente el mundo dejaría de funcionar. ¿Para qué hacer algo si ya se sabe de antemano que pasará?
Odín, ante tan sabia réplica, quedó atónito, y murmurando para si mismo dijo “Daría un ojo por un sorbo”, la cabeza del gigante, que lo que tenía de sabio lo tenía de aburrido, algo lógico dada su situación, respondió: “¿Darías un ojo? trato hecho”.
Odín palidecería al punto del estupor. Sin embargo, tras reflexionarlo, arrancaría uno de sus ojos del zocalo y, deseando no pensar en lo que acababa de hacer, lo arrojaría a la fuente. Este, tras dar unos giros en el agua, caería hasta depositarse en el fondo de la misma. Desde ese mismo día Odín se convertiría en el ser más sabio del universo, siendo capaz de ver adalente y atrás en el tiempo y conociendo las consecuencias a todas y cada una de las acciones.
¿Cuál es la moraleja? A veces, por más que nos duela y nos cueste, deberemos sacrificar cosas muy valiosas a nosotros para ganar algo aun mejor.
Hoy vamos a ver cómo fue que Odín perdió su ojo y, paradójicamente, ganó el conocimiento infinito al hacerlo.
Un día como cualquier otro, Odín, fue a buscar a sus hermanos por las praderas de Asgard, sin embargo, pasaron las horas y la búsqueda no dio sus frutos. Acongojado, montó su poderoso caballo, el brioso Sleipner, y se dirigió al territorio de su amigo y consejero Mimer. Mimer era tan sabio y prudente como particular. Este, único en su tipo, era una enorme cabeza sin cuerpo, que en el pasado había pertenecido a un gigante. Postrado e incapacitado de moverse, no obstante, era el guardián de la Fuente de Mimer, una fuente cuyas aguas poseían la sabiduría del universo y a la cual Mimer cuidaba celosamente de cualquier intruso. Si bien no podía moverse, sus gritos eran tan poderosos que podían matar a cualquiera.
Al llegar a la fuente Odín había acumulado gran preocupación pensando en el destino de sus hermanos, por lo que increpó a Mimer para que le permitiese beber un sorbo del agua de la fuente y así conocer la ubicación de sus hermanos. Pero Mimer, tan viejo como sabio se negó rotundamente. Odín, aun más preocupado, le preguntó por qué la negativa, a lo que Mimer replicó que en la vida, se debía de ser precavido, y, cuestionando a Odín quien se encontraba parado a un lado con un semblante entristecido, qué pensaba que pasaría si él, Mimer, le permitiese a cualquiera que llegase con un problema tomar agua de la fuente. Simplemente, cada uno sabría su destino, por lo tanto el destino ya no tendría importancia alguna y lentamente el mundo dejaría de funcionar. ¿Para qué hacer algo si ya se sabe de antemano que pasará?
Odín, ante tan sabia réplica, quedó atónito, y murmurando para si mismo dijo “Daría un ojo por un sorbo”, la cabeza del gigante, que lo que tenía de sabio lo tenía de aburrido, algo lógico dada su situación, respondió: “¿Darías un ojo? trato hecho”.
Odín palidecería al punto del estupor. Sin embargo, tras reflexionarlo, arrancaría uno de sus ojos del zocalo y, deseando no pensar en lo que acababa de hacer, lo arrojaría a la fuente. Este, tras dar unos giros en el agua, caería hasta depositarse en el fondo de la misma. Desde ese mismo día Odín se convertiría en el ser más sabio del universo, siendo capaz de ver adalente y atrás en el tiempo y conociendo las consecuencias a todas y cada una de las acciones.
¿Cuál es la moraleja? A veces, por más que nos duela y nos cueste, deberemos sacrificar cosas muy valiosas a nosotros para ganar algo aun mejor.
Por cierto, de aquí viene la frase “Le costó un ojo de la cara”
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