Todos sabemos que Viggo Mortensen es Aragorn, el héroe irresistible de El Señor de los Anillos, y también el último actor fetiche de David Cronenberg, que lleva la violencia tatuada en su pasado y en su cuerpo, y el fanático de San Lorenzo que exhibió la bandera azulgrana en la entrega de los Oscar, y también el casi argentino que aprendió a hablar en criollo durante su infancia en Chaco.
Pero hay un lado B de Viggo, el del renacentista que se autofinancia con su caché, que pinta, saca fotos, compone música, escribe y lleva adelante su propia editorial con la que, ¡atención!, acaba de publicar una antología de poesía argentina.
“Conocí los poemas de estos argentinos a través de Kevin Power, un tipo muy interesante y también muy loco, con quien yo había trabajado en varios proyectos de mi editorial, Perceval Press: un libro sobre el nuevo arte cubano, otros dos del artista Henry Eric, Strange Familiar, del islandés Georg Gudni y Signlanguage, un catálogo para una exposición mía de 2001”, cuenta Viggo por mail. Los libros de Perceval Press pueden conseguirse en Amazon.com.
La Antología de la nueva poesía argentina, la reciente obra de la editorial de Mortensen, reúne a 22 autores de la llamada poesía de los 90 –Gabriela Bejerman, Fabián Casas, Washington Cucurto, Martín Gambarotta, Fernanda Laguna, Damián Ríos, Laura Wittner, entre otros– en una hermosa encuadernación de tapa dura.
Pero para llegar a las manos generosas de Viggo tuvo que hacer un recorrido un poco accidentado.
Cuenta la historia que hace cuatro años, el agitador cultural y editor de Vox, Gustavo López, había preparado esta antología para publicarla en México. El proyectó se cayó y López se lo comentó a Kevin Power, quien además de ser la conexión en esta historia es un reconocido crítico de arte que trabajó como subdirector del Museo Reina Sofía de Madrid. Power le dijo que tenía un amigo que podría estar interesado en financiarlo.
Al tiempo, alguien llamó al teléfono de López en Bahía Blanca, se presentó como Viggo Mortensen y le propuso hacerse cargo de la edición del libro. López no sabía con quién había hablado, incluso le preguntó a qué se dedicaba, hasta que su hija escuchó el nombre y le dijo: “¡Papá es Aragorn, el de El Señor de los Anillos!”
“Hasta ahora mi vínculo con la poesía argentina era el de una persona que había leído algo de la vieja poesía, como Alfonsina Storni, y un poquito de la que llaman nueva –aclara Viggo–. Mi conexión con el trabajo de los poetas incluidos en esta antología seleccionada por Gustavo es relativamente reciente. Al único que he conocido personalmente es a Fabián Casas, un guapo muy sabio de Boedo que es un hincha aún más loco que yo de San Lorenzo. Obviamente me ha gustado mucho todo lo que leí y por eso se ha publicado con Perceval Press.”
Además de ser esta suerte de mecenas de proyectos literarios a punto de naufragar, Viggo tiene publicados once libros. La escritura, dice, cumple en él cierta función escapista y, a la vez, reparadora: “He escrito poesía y cuentos desde mi adolescencia y siempre lo sentí como una manera de viajar, que es algo que me gusta mucho, y de ver la vida desde múltiples puntos de vista. También puede ser una manera de escapar de momentos o situaciones difíciles que a lo mejor no tienen aparente alivio. Es una manera de entender y de aprender lo que me pasa”.
Algunos de sus poemas –escritos en castellano– evocan la geografía que marcó su vida entre los tres y los once años. Como “Chaco”, de 1995: “Me cago en la selva/ Como los monos/ Con sus dientes/ Perfectos y amarillos/ Sin tenerle miedo/ A ningún tigre.”
“Ése lo escribí pensando en mi infancia, en esa fuerza mental y física que tienen los niños: el atrevimiento, el coraje inocente, sin prejuicios, la conexión visceral con la naturaleza, con el medio ambiente que me rodeaba, que parecía abrazarme, amenazarme”, explica.
–¿Qué autores te interesan?
–Muchos, leo todo lo que puedo, me dejo llevar por la suerte, por lo que encuentro en el camino. A veces vuelvo a leer libros, cuentos o poemas que me han gustado. En este momento estoy leyendo tres libros: Seeds of terror, de Gretchen Peters, sobre el narcotráfico como fuente económica de Al Qaeda; una colección de ensayos sobre Medea en la literatura, la filosofía y el arte, y un “rompecabezas” llamado Sobre la certeza, de Ludwig Wittgenstein. También he vuelto a leer poemas de Octavio Paz, Billy Collins, Jaime Sabines, Charles Bukowski, Julio Cortázar, Mario Benedetti, John Ashbery, Artaud.
–¿Cómo conciliás tu costado célebre con tu veta poética? ¿Qué significa escribir poesía en relación con ese contexto?
–Me cuesta a veces porque lo del cine o más bien la promoción del trabajo de hacer cine y la interacción con periodistas y espectadores requieren mucho tiempo y energía. Pero sigo escribiendo cuando puedo, en aviones o de noche en los períodos de mucho trabajo de cine. A veces me llega un poema y no tengo la energía para escribirlo, y se va, desaparece, a lo mejor para siempre. Así es. De vez en cuando también escribo cosas sobre el trabajo de hacer y promover cine, sobre lo que me pasa en la vida, lo que siento de un momento a otro, lo que extraño, lo que me confunde. No siempre se trata de árboles o de enredos personales. Un poema de 1991 que habla un poco sobre el cine y mi vida es este que se llama “Montaje”: “Media-alma en tránsito/ el hombre que fuiste/ por una breve temporada/ ha sido podado/ removido/ a un bien acicalado cementerio/ que huele a palomitas.”
–¿Tenés otros proyectos en la Argentina?
–Desde hace un tiempo estamos trabajando en el norte argentino y en Paraguay, y de ahí pueden resultar tres libros: uno se basa en las fotos y los estudios del etnólogo Max Schmidt de hace unos cien años y de Branislava Susnik, de hace unos cincuenta años, en el Gran Chaco. Otro se basa en fotos hechas por diferentes poblaciones indígenas en el norte de la provincia de Salta y un tercer proyecto tiene que ver con el trabajo de John Palmer en relación con los wichís.
–¿Qué te interesa publicar a través de Perceval Press?
–Publico como leo: por todos lados, poco a poco, sin rumbo definido. Y aun así, no paramos de tener proyectos.
Fuente
Pero hay un lado B de Viggo, el del renacentista que se autofinancia con su caché, que pinta, saca fotos, compone música, escribe y lleva adelante su propia editorial con la que, ¡atención!, acaba de publicar una antología de poesía argentina.
“Conocí los poemas de estos argentinos a través de Kevin Power, un tipo muy interesante y también muy loco, con quien yo había trabajado en varios proyectos de mi editorial, Perceval Press: un libro sobre el nuevo arte cubano, otros dos del artista Henry Eric, Strange Familiar, del islandés Georg Gudni y Signlanguage, un catálogo para una exposición mía de 2001”, cuenta Viggo por mail. Los libros de Perceval Press pueden conseguirse en Amazon.com.
La Antología de la nueva poesía argentina, la reciente obra de la editorial de Mortensen, reúne a 22 autores de la llamada poesía de los 90 –Gabriela Bejerman, Fabián Casas, Washington Cucurto, Martín Gambarotta, Fernanda Laguna, Damián Ríos, Laura Wittner, entre otros– en una hermosa encuadernación de tapa dura.
Pero para llegar a las manos generosas de Viggo tuvo que hacer un recorrido un poco accidentado.
Cuenta la historia que hace cuatro años, el agitador cultural y editor de Vox, Gustavo López, había preparado esta antología para publicarla en México. El proyectó se cayó y López se lo comentó a Kevin Power, quien además de ser la conexión en esta historia es un reconocido crítico de arte que trabajó como subdirector del Museo Reina Sofía de Madrid. Power le dijo que tenía un amigo que podría estar interesado en financiarlo.
Al tiempo, alguien llamó al teléfono de López en Bahía Blanca, se presentó como Viggo Mortensen y le propuso hacerse cargo de la edición del libro. López no sabía con quién había hablado, incluso le preguntó a qué se dedicaba, hasta que su hija escuchó el nombre y le dijo: “¡Papá es Aragorn, el de El Señor de los Anillos!”
“Hasta ahora mi vínculo con la poesía argentina era el de una persona que había leído algo de la vieja poesía, como Alfonsina Storni, y un poquito de la que llaman nueva –aclara Viggo–. Mi conexión con el trabajo de los poetas incluidos en esta antología seleccionada por Gustavo es relativamente reciente. Al único que he conocido personalmente es a Fabián Casas, un guapo muy sabio de Boedo que es un hincha aún más loco que yo de San Lorenzo. Obviamente me ha gustado mucho todo lo que leí y por eso se ha publicado con Perceval Press.”
Además de ser esta suerte de mecenas de proyectos literarios a punto de naufragar, Viggo tiene publicados once libros. La escritura, dice, cumple en él cierta función escapista y, a la vez, reparadora: “He escrito poesía y cuentos desde mi adolescencia y siempre lo sentí como una manera de viajar, que es algo que me gusta mucho, y de ver la vida desde múltiples puntos de vista. También puede ser una manera de escapar de momentos o situaciones difíciles que a lo mejor no tienen aparente alivio. Es una manera de entender y de aprender lo que me pasa”.
Algunos de sus poemas –escritos en castellano– evocan la geografía que marcó su vida entre los tres y los once años. Como “Chaco”, de 1995: “Me cago en la selva/ Como los monos/ Con sus dientes/ Perfectos y amarillos/ Sin tenerle miedo/ A ningún tigre.”
“Ése lo escribí pensando en mi infancia, en esa fuerza mental y física que tienen los niños: el atrevimiento, el coraje inocente, sin prejuicios, la conexión visceral con la naturaleza, con el medio ambiente que me rodeaba, que parecía abrazarme, amenazarme”, explica.
–¿Qué autores te interesan?
–Muchos, leo todo lo que puedo, me dejo llevar por la suerte, por lo que encuentro en el camino. A veces vuelvo a leer libros, cuentos o poemas que me han gustado. En este momento estoy leyendo tres libros: Seeds of terror, de Gretchen Peters, sobre el narcotráfico como fuente económica de Al Qaeda; una colección de ensayos sobre Medea en la literatura, la filosofía y el arte, y un “rompecabezas” llamado Sobre la certeza, de Ludwig Wittgenstein. También he vuelto a leer poemas de Octavio Paz, Billy Collins, Jaime Sabines, Charles Bukowski, Julio Cortázar, Mario Benedetti, John Ashbery, Artaud.
–¿Cómo conciliás tu costado célebre con tu veta poética? ¿Qué significa escribir poesía en relación con ese contexto?
–Me cuesta a veces porque lo del cine o más bien la promoción del trabajo de hacer cine y la interacción con periodistas y espectadores requieren mucho tiempo y energía. Pero sigo escribiendo cuando puedo, en aviones o de noche en los períodos de mucho trabajo de cine. A veces me llega un poema y no tengo la energía para escribirlo, y se va, desaparece, a lo mejor para siempre. Así es. De vez en cuando también escribo cosas sobre el trabajo de hacer y promover cine, sobre lo que me pasa en la vida, lo que siento de un momento a otro, lo que extraño, lo que me confunde. No siempre se trata de árboles o de enredos personales. Un poema de 1991 que habla un poco sobre el cine y mi vida es este que se llama “Montaje”: “Media-alma en tránsito/ el hombre que fuiste/ por una breve temporada/ ha sido podado/ removido/ a un bien acicalado cementerio/ que huele a palomitas.”
–¿Tenés otros proyectos en la Argentina?
–Desde hace un tiempo estamos trabajando en el norte argentino y en Paraguay, y de ahí pueden resultar tres libros: uno se basa en las fotos y los estudios del etnólogo Max Schmidt de hace unos cien años y de Branislava Susnik, de hace unos cincuenta años, en el Gran Chaco. Otro se basa en fotos hechas por diferentes poblaciones indígenas en el norte de la provincia de Salta y un tercer proyecto tiene que ver con el trabajo de John Palmer en relación con los wichís.
–¿Qué te interesa publicar a través de Perceval Press?
–Publico como leo: por todos lados, poco a poco, sin rumbo definido. Y aun así, no paramos de tener proyectos.
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